Importancia del acompañamiento psicológico en los procesos oncológicos

 

Stephanie Matthews- Simonton (1984) afirma que, “cuando a quien quieres se le diagnostica cáncer, ese diagnóstico puede tener el impacto de una bomba de hidrógeno emocional” (p. 15). Exactamente esa fue la experiencia que vivimos con mi familia cuando, en julio del 2019, nos enteramos de que mi mamá, quien lamentablemente falleció hace exactamente un mes, padecía esa grave enfermedad.

La autora describe las diferentes etapas de la adaptación a la convivencia con la enfermedad de cáncer en el entorno familiar. A la primera de ellas la denomina “choque y negación”, la cual coincide con la noticia de la enfermedad, que suele provocar un intenso impacto emocional en el paciente y su entorno. Luego de este coche inicial, sobreviene la negación, la cual se manifiesta muchas veces en el discurso con comentarios como “no puede ser cierto”, así como en la conducta, como ser, con la puesta en duda del diagnóstico, e incluso el cuestionamiento del profesional que lo ha dado. 

A continuación, surge la incertidumbre, la sensación de no saber a dónde estamos parados. Recuerdo los interminables mensajes que intercambiamos con mis hermanos luego de enterarnos de la enfermedad de mi mamá; todo nos resultaba novedoso, nunca habíamos vivido un proceso de esa índole en nuestra familia, por lo menos no de forma tan cercana.

La siguiente etapa, de acuerdo a la descripción de la autora, es la aceptación de la situación. La misma implica, como afirma Matthews- Simonton (1984), “expresar la pena” (p. 53), así como otros sentimientos, como la ira y el resentimiento, todos los cuales son totalmente esperables frente al diagnóstico de cáncer. 

Es muy habitual que tanto el paciente como su entorno cercano manifiesten enojo con la vida (o con Dios, si son creyentes), que se pregunten “¿por qué a mí? ¿por qué a nosotros?” (p. 58), considerando injusta la situación. La respuesta que tanto el paciente como su entorno puedan encontrar a estas preguntas, condicionará en gran medida la actitud con la que enfrenten la enfermedad. En algunos casos, no habrá una respuesta, y las personas se aferrarán a lo injusto de la situación, primando el resentimiento y la desesperación. En otros, el paciente y/o su familia podrán hallarle un sentido a la enfermedad, tomándola como una oportunidad de cambio y aprendizaje.

En mi caso particular, la enfermedad de mi mamá me permitió revisar y modificar la relación que tenía con ella, y valorar mucho más los lazos familiares, a los que no siempre priorizaba. Me ayudó a atesorar cada momento compartido en familia, guardando hermosos recuerdos que hoy me permiten sentirla más cerca.  Fortaleció la relación con mis hermanos y, en el caso de mi mamá, de ella con sus hermanas también. 

Aquí podemos apreciar cómo, en búsqueda del “por qué”, podemos llegar al “para qué”, encontrando un sentido trascendente a una situación crítica. 

En conclusión, la enfermedad de cáncer puede llevarnos a vivir experiencias muy diversas. El tipo y la calidad de las mismas dependerá de múltiples factores (personales, familiares, contextuales, sociales, etc.), el principal de los cuales es la actitud con la que tanto el paciente como su entorno encaren el proceso. Por supuesto, una buena actitud no asegura la supervivencia, pero permitirá que esta experiencia no pase en vano por nuestra vida, siendo, en cambio, una posibilidad de transformación, incluso a través del dolor. 

Bibliogafía:

Mattheus- Simonton, Stephanie (1984). Familia contra enfermedad. Efectos sanadores del ambiente familiar.  Ed. Sirio: España. 

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