Hablemos de salud


Según la Organización Mundial de la Salud (2020), “la salud es un estado de perfecto (completo) bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad” (párr. 9). Esta definición, muy popularizada en las últimas décadas, fue revolucionaria cuando se propuso, ya que rompió con una tradición biologicista y fragmentaria de la salud, que ponía el foco exclusivamente en las causas orgánicas de la enfermedad, definiendo a la salud, justamente, como “ausencia de enfermedad”. La aclaración de la OMS es fundamental, ya que pone de manifiesto que no basta con no presentar ningún cuadro clínico para considerarse sano. 

Teniendo en cuenta esto, podemos pensar que hay dos concepciones de la salud: 

Una negativa: aquella que la define como la ausencia de padecimiento físico, psíquico y/o social. Según la misma, una persona está sana cuando no presenta ningún cuadro considerado patológico, y representado en un diagnóstico. 

Una positiva: es la que hace hincapié en los aspectos saludables del ser humano, es decir, aquellas facetas de la vida en las que la persona logra un equilibrio que le permite un adecuado desenvolvimiento cotidiano, así como su autodesarrollo.

A veces, se piensa que una persona está sana porque no presenta ninguna enfermedad diagnosticable y clasificable de acuerdo a alguna nomenclatura reconocida por los organismos oficiales de salud. La realidad es que eso no es suficiente para sentirse sano; es necesario, además, haber alcanzado cierta sensación de bienestar general (vinculado, en gran parte, con la satisfacción de las necesidades básicas), así como un grado de autorrealización. Este último aspecto es fundamental, ya que hace referencia al desarrollo de las potencialidades del ser humano, es decir, las capacidades latentes que todas las personas tenemos. 

La salud autopercibida

Una cuestión que me parece importante abordar es la salud como un estado autopercibido. ¿Qué significa esto? Hace referencia a la percepción que cada persona tiene acerca de su estado de salud. 

Propongo un ejemplo para que podamos comprender mejor esta idea. Supongamos que una persona se encuentra clínicamente sana, es decir, no presenta ningún problema de salud detectable a través de pruebas diagnósticas conocidas. Sin embargo, esta persona no se siente sana, no está satisfecha con su estado general, lo cual despierta en ella sensaciones de malestar. 

En este caso, ¿podemos decir que esta persona está sana? Si tomamos en cuenta el hecho de que la salud es un estado de bienestar integral, que abarca las diferentes facetas del ser humano, podríamos decir que esta persona no está completamente sana. Seguramente, hay cierto malestar a nivel psicológico y emocional que la lleva a sentirse enferma. Me parece fundamental esta aclaración, porque muchas veces se subestiman las enfermedades de origen psicológico, restándole importancia al malestar y a las preocupaciones que una persona puede presentar en este plano. Frases como “estás sano y vivo, dejá de quejarte”, dichas muchas veces con la mejor intención, no hacen más que profundizar el malestar de quien no elije sentirse mal, pero siente que no puede dejar de hacerlo, a lo cual se suma la incomprensión por parte de su entorno.

La forma en que percibimos nuestro propio estado de salud forma parte de este último, siendo tan importante como él. Si bien es cierto que, muchas veces, la percepción de enfermedad o malestar se basa en una visión reduccionista de la salud, que hace foco sólo en cierto aspecto de nuestro organismo y/o de nuestro estado general, si la persona no logra modificarlo, no podrá integrarlo a su autopercepción de salud, siendo un motivo recurrente de malestar y preocupación en su vida cotidiana. 

Pandemia y salud

La época en la que vivimos se ha caracterizado por modificaciones importantes en el plano de la salud, condicionadas especialmente por el contexto de pandemia que afecta al mundo hace más de un año. El mismo estado de salud, que antes sólo generaba preocupación frente a la presencia de alguna enfermedad grave, se ha convertido en un tema frecuente en las conversaciones diarias, así como en una cuestión que nos ha tenido atentos ante posibles síntomas y contagios. ¿Quién de nosotros no ha sospechado, en más de una ocasión, haberse contagiado de COVID, frente a síntomas de alergia o resfrío? Pareciera que todos los malestares vinculados con el área respiratoria se redujeran a coronavirus, cuando en verdad, siempre padecimos resfríos, gripes y alergias. La diferencia parece residir en la alta letalidad y rapidez de contagio de esta enfermedad, así como el desconocimiento de la misma por parte del sistema de salud, el cual se vio obligado, de un día para el otro, a hacer frente a una situación para que no contaba con los recursos necesarios. De aquí parece desprenderse la intensa preocupación que esta enfermedad ha despertado en gran parte de la población. 

La presencia del coronavirus en nuestra vida cotidiana ha hecho que esta enfermedad ocupe el centro de las preocupaciones sanitarias en todos los niveles, desde el individual hasta el mundial. Esto, por un lado, es comprensible, teniendo en cuenta que se trata de una enfermedad desconocida en el mundo entero hasta el 2019. Sin embargo, debemos tener en cuenta que, si bien es fundamental evitar la propagación de esta enfermedad, la cuestión sanitaria no puede reducirse a esto.

La pandemia ha afectado la salud colectiva e individual de múltiples formas:

La principal o más evidente ha sido la cantidad de personas infectadas con COVID, siendo uno de los grupos más afectados el de los mayores de 60 años, así como las personas con enfermedades previas. A nivel individual, esta situación ha impactado directamente en las personas contagiadas. En sentido comunitario, se ha visto involucrado el entorno inmediato de ellas, incluyendo sus grupos de referencia (familia, trabajo, amigos, etc.). Por último, a nivel global, el principal afectado ha sido el sistema sanitario, que ha debido adaptarse para dar respuesta a la pandemia, presentando en muchos casos un déficit de recursos en relación a la cantidad de infectados. 

Otra de las áreas más afectadas por la pandemia es la salud mental, siendo ésta, como ya dijimos, un aspecto fundamental del estado de salud general. La misma se ha visto modificada a causa de los cambios impuestos por la pandemia en los modos habituales de vivir, que han obligado a la población a abandonar o adaptar muchas de sus actividades cotidianas; este cambio ha dejado vacíos que no siempre han podido ser compensados de forma satisfactoria. Una muestra de ello es el aumento de consultas en salud mental, del que soy testigo en mi consultorio privado.

Por último, los cambios de hábitos producidos como consecuencia de la cuarentena y las medidas sanitarias tomadas a nivel estatal para combatir la pandemia, han repercutido en el estado de salud general, provocando ciertos problemas. Un ejemplo de ello es el aumento del uso de dispositivos electrónicos, el cual ha tenido efectos en la salud física y psíquica, con cuadros como dolencias musculares y osteoarticulares, problemas visuales, ansiedad, adicciones, entre otros. La falta de actividad física y la baja calidad de la alimentación han sido otros problemas presentes en gran parte de la población.

Por un autocuidado bien entendido

Mucho se ha hablado en los últimos meses acerca del autocuidado. Incluso, yo misma escribí un post sobre el tema hace algunas semanas. 

Más allá de que el significado de este término se deduce de su misma composición (auto= propio), entendiéndolo como el cuidado de uno mismo, considero importante profundizar en el sentido del autocuidado en el contexto en el que vivimos. 

Existe la tendencia a interpretar el autocuidado limitándolo exclusivamente a la enfermedad de coronavirus, considerando que cuidarse a uno mismo sería evitar toda situación que pueda derivar en un contagio del virus. Ésta es una visión reduccionista del autocuidado, la cual (al igual que dijimos con respecto al concepto de salud) hace énfasis sólo en evitar contraer un virus, descuidando incluso otros aspectos de la salud física.

En verdad, un autocuidado bien entendido implica contemplar nuestro organismo como una totalidad inmersa en un determinado contexto, que lo afecta y al cual también modifica. Ese organismo tiene diversas necesidades que deben ser satisfechas para sentirse pleno y saludable.

Esto nos lleva a pensar el autocuidado como una actitud general ante la vida, que nos permita alcanzar un estado de bienestar general, intentando satisfacer nuestras necesidades en diferentes planos (físico, emocional, social, económico, entre otros).

Teniendo en cuenta esto, considero que debemos aspirar a un autocuidado en el que evitar enfermarnos de COVID sea sólo una parte de un proceso mucho más amplio y global, que abarque nuestra salud física, psíquica, emocional, social y espiritual.

Orientaciones para un autocuidado saludable

A modo de cierre de estas reflexiones, comparto con ustedes algunas orientaciones para lograr un autocuidado saludable:

Practicar el autorregistro: el mismo consiste en revisar nuestros pensamientos y emociones, a fin de hacerlos conscientes, de conocerlos e identificar el modo en que los mismos repercuten en nuestro estado general. 

Permitirse expresarse: es importante poder exteriorizar, de algún modo, lo que pensamos y sentimos. Cada uno tendrá que buscar la forma que le resulte más cómoda, puede ser físicamente, y si esto no es posible, a través de la palabra oral o escrita. El arte es un buen aliado en este sentido, tal vez una canción, la danza o la literatura son buenos recursos para habilitar la expresión. 

Conectar con nuestras necesidades personales: es fundamental saber qué necesitamos en cada momento de nuestra vida, analizando el grado de prioridad de cada una en función de la importancia que la misma tiene para la vida. Esto nos permitirá procurar una satisfacción para las necesidades prioritarias, así como distinguir las verdaderas necesidades de aquellos deseos o caprichos disfrazados de necesidades.

Siempre, el justo medio: así como no es saludable dar rienda suelta a nuestros deseos, sin ningún filtro que pueda moderarlos, tampoco es bueno reprimir totalmente nuestros anhelos y necesidades. Es importante cuidarse, pero también lo es sentirse bien; por lo tanto, lo ideal es buscar satisfacer nuestras necesidades y deseos, sin descuidar por ello nuestra salud.

Evitar aislarse: por más que decidamos restringir los encuentros sociales para evitar contagiarnos de COVID, eso no implica que cortemos todo tipo de contacto con nuestra red de apoyo. Actualmente contamos con múltiples medios digitales a través de los cuales podemos mantenernos comunicados con nuestros familiares, amigos y compañeros. Por otra parte, y en la medida de las posibilidades y disposición de cada uno, es bueno procurarse algunos espacios de encuentro cuidados, en lugares seguros y manteniendo distancia; muchas veces, una hora con un amigo tiene efectos más positivos en nuestra salud que cualquier medicina. 

Bibliografía:

Organización Panamericana de la Salud (OPS) (2020). Preguntas frecuentes. Disponible en https://www.paho.org/arg/index.php?option=com_content&view=article&id=28:preguntas-frecuentes&Itemid=142#:~:text=%22La%20salud%20es%20un%20estado,ausencia%20de%20afecciones%20o%20enfermedades.


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