2020… Un año de oportunidades y desafíos
Estamos finalizando el mes de diciembre de un año que probablemente sea recordado por la mayoría de nosotros por sus particularidades. Algunos se preguntarán cómo pasó tan rápido, y otros no verán la hora de que termine; así de subjetiva y relativa es la vivencia del tiempo.
Como toda situación de crisis (y, claramente, una pandemia que pone en riesgo la vida y transforma nuestros modos cotidianos de desarrollarnos, lo es), la mayoría de nosotros nos hemos sentido interpelados por la forma de transcurrir este año, la cual ha puesto en jaque nuestras rutinas habituales, muchas de las que tuvieron que ser modificadas profundamente, dejando de lado costumbres muy arraigadas en nuestra cultura, como el mate compartido.
Si bien esta época siempre es propicia para hacer balances personales, el año que está concluyendo merece algunas reflexiones particulares. Es por eso que en estas breves líneas les propongo un recorrido en torno a las oportunidades y desafíos que el 2020 implicó para cada uno de nosotros. Por supuesto, no serán los mismos para todos, no tienen por qué serlo; cada uno sabrá cómo vivió el año, y las situaciones que tuvo que atravesar en su vida personal (vinculadas a la pandemia, o condicionadas por ella). Mi intención es, simplemente, ofrecer algunas herramientas que nos ayuden a pensar reflexivamente sobre este año atípico, para poder identificar los aprendizajes que pudimos desarrollar, habiendo sido para muchos un proceso de transformación personal y contextual.
Antes de comenzar el recorrido, les dejo algunos interrogantes: ¿Cómo fue tu viaje por el año 2020? ¿Tuviste que cambiar el mapa, o improvisaste la ruta a lo largo del viaje? ¿Qué imprevistos se presentaron en tu recorrido? ¿De qué forma intentaste resolverlos para continuar en tu camino?
Pandemia: una palabra y una situación novedosas
Para muchas personas, especialmente para los más pequeños, la palabra “pandemia” era totalmente desconocida hasta este año. Muchos teníamos una noción vaga de su significado, pero nunca habíamos vivido una.
Según la Organización Mundial de la Salud (2010), “se llama pandemia a la propagación mundial de una nueva enfermedad” (párr. 1). Esto implica que la misma se expande a lo largo y a lo ancho de todo el globo terráqueo (pan= todo o totalidad). Más allá de esta definición formal, pienso que la pandemia por conoravirus, así como se expandió por el mundo entero en cuestión de semanas, también afectó todos los aspectos de nuestra vida cotidiana, desde nuestras rutinas diarias, pasando por nuestras relaciones y actividades.
Cuando, en el mes de marzo, llegó el coronavirus a nuestro país, muchos no imaginábamos que terminaríamos pasando meses encerrados en nuestras casas, sin tener contacto con familiares y amigos, y cambiando la modalidad en la que solíamos realizar nuestras actividades cotidianas. Con el correr de las semanas y los meses, fuimos incorporando hábitos nuevos, como ser, el uso de tapabocas, alcohol en gel y otros elementos de limpieza, y aprendiendo a relacionarnos dejando de lado la cercanía física que siempre nos caracterizó. De repente, la virtualidad, que ya formaba parte de nuestras vidas, comenzó a ocupar un lugar central para intentar compensar de algún modo el vacío que la pandemia y la cuarentena dejaron en muchos planos.
Si bien en cualquier circunstancia vital el ser humano necesita cierta capacidad de adaptación a los cambios, en el contexto pandémico, la necesidad de amoldarnos a las nuevas condiciones vitales se impuso como obligatoria; no tuvimos alternativa, no pudimos elegir si vivir o no la pandemia. De un día para el otro, nos encontramos con un virus que se fue entrometiendo en todos los aspectos de nuestra cotidianidad, modificando muchas de nuestras costumbres. Podemos pensar que, así como el virus se fue propagando a través de la población, los cambios necesarios para combatirlo también fueron empapando todas las esferas de nuestra vida, instalándose, en muchos casos, como hábitos que nos costará modificar. No sé a ustedes, pero a mí personalmente me cuesta todavía salir de mi casa sin tapabocas, y tiendo a lavarme las manos ni bien llego a mi domicilio.
Para algunos, los cambios pueden haber sido bien recibidos, debido, en parte, a que ya llevaban, antes de la pandemia, un estilo de vida similar al impuesto por la cuarentena. Para otros, por el contrario, estas modificaciones fueron un cimbronazo a sus modos habituales de ser y estar en el mundo. A esto debemos sumar el temor que la posibilidad de contagio significó para muchos de nosotros, el cual, si bien puede haberse dado en otras circunstancias de nuestras vidas con otras enfermedades, fue instalado en nuestras mentes a través de mensajes permanentes transmitidos por todos los medios de comunicación, con el objetivo de hacernos tomar conciencia de nuestra responsabilidad en la propagación de la enfermedad.
Por otra parte, a lo largo del año cambiamos nuestra forma de ver la pandemia. En un primer momento, fueron noticias provenientes de un país oriental y de Europa, que en ese entonces eran vistos como muy lejanos a nuestra realidad. Luego, la enfermedad llegó a nuestro país, primero a Buenos Aires, como puerta de entrada desde el exterior, y fue introduciéndose poco a poco en las provincias y ciudades del interior del país. De repente, nos encontramos con que una enfermedad nueva y desconocida estaba entre nosotros, no siendo sencillo, en un principio, aprender a convivir con ella.
La pandemia como problemática humana: valores puestos en juego
Las crisis suelen dejar entrever los valores sociales, comunitarios, grupales e individuales. La pandemia que hemos vivido durante este año no es la excepción, ya que ha permitido apreciar, a partir de actitudes individuales y grupales, los valores que sustentan nuestro comportamiento cotidiano, especialmente en el plano social.
Podríamos decir que la pandemia mostró dos facetas humanas opuestas: por un lado, actitudes egoístas de quienes no respetaron la cuarentena y propagaron la enfermedad, o discriminaron a enfermos y trabajadores de la salud, en sus mismos lugares de residencia.
En el otro extremo, nos encontramos con vecinos que se ofrecieron a hacer las compras al personal de salud, o que asistieron a enfermos y sus familias, o a personas en cuarentena preventiva. ¿Qué marcó la diferencia entre unos y otros? Ni más ni menos que los valores humanos preexistentes en cada persona, que la pandemia, como ocurre con otras crisis, no hizo más que poner en evidencia.
Hoy comenzamos a analizar el modo en que se manifestaron algunos de ellos.
• Solidaridad: el 2020 fue un año de crisis en todos los planos de la vida, siendo muchas las necesidades cuya satisfacción no estuvo asegurada. Miles de trabajadores cuyas actividades fueron suspendidas debido a las medidas sanitarias tomadas para evitar la propagación del coronavirus, necesitaron de la ayuda estatal y comunitaria para salir adelante. Esto movilizó a muchos sectores sociales, que llevaron a cabo acciones con la finalidad de colaborar con estos grupos vulnerables. Además, se pusieron en marcha muchos emprendimientos laborales, cuyo sostenimiento fue posible gracias al apoyo y la difusión de redes sociales que se activaron para facilitar la llegada de los mismos a la población.
Más allá de la situación nacional, a nivel local también se notaron actitudes solidarias entre vecinos y compañeros, como ser, bonos o colectas de alimentos para los sectores más golpeados por la pandemia.
• Respeto: este valor fue fundamental en cuanto a los pacientes enfermos de COVID. Recordemos que, a comienzos de la pandemia (y en algunos casos hasta el día de hoy), éstos sufrieron estigmatización social, al ser señalados como portadores de una enfermedad y focos de posibles contagios. Esto, si bien puede haber tenido un origen en el comprensible miedo que la enfermedad ha despertado en la población, derivó en actitudes sociales reprobables hacia los enfermos y sus familias, como ser, difundir sus nombres y/o domicilios personales en sus barrios, violando su derecho a la privacidad. Debemos tener en cuenta que, en muchos casos, no fue el enfermo quien dio a conocer su situación, sino los vecinos o, en los casos de personas famosas, los medios de comunicación, mostrando una total falta de consideración por su intimidad.
Lo mismo sucedió con el personal de salud, hacia el cual hubo actitudes antagónicas. Por un lado, reconocimiento, como los aplausos de las 21 hs. al comienzo de la pandemia, u ofrecimientos de vecinos a realizar compras; por el otro, discriminación y violencia en sus domicilios por parte de sus vecinos, quienes pretendían expulsarlos de sus casas, por considerarlos potenciales transmisores del virus. Aquí, tuvo mucho peso la información, ya que gran parte de estas actitudes tuvieron como causa la ignorancia y el temor frente a lo desconocido.
• Compañerismo: este valor se observó especialmente en los ámbitos laboral y educativo. En muchos casos, las actividades presenciales fueron reemplazadas por las virtuales, cambio al cual no todos se adaptaron con facilidad. Esto hizo necesario el trabajo en equipo, a fin de llenar los vacíos dejados por la falta de contacto directo entre compañeros.
En cuanto a lo educativo, se observó compañerismo entre docentes, estudiantes y familiares, especialmente en el nivel primario, donde los padres y otros miembros del entorno de los alumnos debieron acompañar el proceso educativo asumiendo, en muchos casos, un rol muy similar al docente; aquí, fue fundamental la colaboración entre familias para acceder a los materiales y poder realizar las actividades. Por su parte, los docentes también debieron colaborar entre sí para pensar modos de adaptar los contenidos y la didáctica a la virtualidad.
En el ámbito doméstico, la necesidad de convivir durante casi 24 hs. en el hogar hizo necesario que los diferentes miembros de la familia debieran aprender a compartir los espacios de la casa, así como el uso de objetos y dispositivos electrónicos; en muchas familias sucedió que las clases virtuales de los hijos coincidían con compromisos laborales de los padres, siendo necesario negociar y establecer acuerdos, priorizando las necesidades de ciertos miembros de la familia en algunos momentos puntuales.
Por último, el compañerismo también se puso en juego en las situaciones de pacientes con COVID, muchos de los cuales pudieron superar la enfermedad gracias a la donación de plasma de pacientes recuperados; creo que ésta ha sido la principal actitud de compañerismo de la pandemia, transformando una situación de malestar, como lo es una enfermedad, en una posibilidad de vida.
• Confianza: ésta es un valor humano fundamental, que se encuentra en la base de cualquier vínculo. En este contexto pandémico, la confianza en las relaciones humanas se vio muy afectada, debido a que la enfermedad que se ha diseminado a lo largo y ancho del globo terráqueo, se transmitió a través de contactos humanos. Esto hizo que cualquier persona, incluso nuestros familiares y amigos más cercanos, pudieran ser potenciales transmisores del virus, recayendo sobre ellos cierta sospecha. Aquí jugó un papel central la distancia social y el uso del tapabocas, que marcó un quiebre en el estilo relacional que solíamos tener en nuestra cultura, caracterizado por la cercanía física y el contacto corporal.
Paradójicamente, el barbijo, las máscaras faciales y la distancia social, se convirtieron en muestras de seguridad, y nos permitieron hallarnos cómodos frente a los demás, al sentirnos protegidos y al saber que la otra persona quiere cuidar la salud colectiva, por lo cual nos recibe con tapabocas, por más que sea nuestro amigo o compañero de trabajo.
• Comprensión: no sé si podemos considerarlo un valor, más bien diría que es una actitud humana muy vinculada a la humildad y a la empatía, que nos permite entender la situación del otro sin juzgarlo, intentando ponernos en su lugar. La comprensión ha sido muy importante en relación a las personas enfermas de COVID, muchas de las cuales han sido juzgadas y señaladas por el sólo hecho de haberse contagiado la enfermedad, especialmente al comienzo de la transmisión comunitaria del virus, como si pudieran ser condenadas por haberse enfermado. Como ya dijimos, detrás de las actitudes de rechazo muchas veces se esconde el temor a lo desconocido; sin embargo, las mismas tienen efectos negativos en quienes las sufren, haciéndolos sentir culpables por estar enfermos, como si tuvieran “la peste” (con la connotación negativa que esta expresión tiene) y como si, además, fueran responsables de su contagio.
La comprensión de la particular situación de vida de cada persona es fundamental para evitar juzgarla, a fin de no profundizar el malestar que de por sí siente por estar enferma.
Lo mismo puede decirse en cuanto a la actitud que cada persona tiene frente a la pandemia. Habrá quienes necesitan retomar sus actividades cotidianas y sus vínculos, más allá del riesgo de contagio que ello implique; otros, por su parte, preferirán continuar el distanciamiento social, tal vez condicionados por sus experiencias personales o por su situación de vida. Es bueno intentar comprender al otro para evitar hacer juicios apresurados e infundados acerca de sus decisiones personales en torno a la pandemia.
• Honestidad: este valor ha sido de mucha importancia para evitar la propagación de la enfermedad. Se ha observado en personas que reconocen algunos posibles síntomas de la enfermedad en sí mismos, y deciden aislarse preventivamente para evitar contagiar a otros, o en aquellos enfermos que informan a sus contactos que han dado positivo en las pruebas de COVID, para que puedan tomar medidas preventivas; también se observa en las personas que, habiendo contraído la enfermedad, esperan a tener el test negativo para retomar sus actividades cotidianas.
En el otro extremo, hallamos a aquellas personas que han violado la cuarentena, incluso estando enfermos; aquellos que han esquivado los controles para realizar actividades prohibidas, los que han hecho fiestas clandestinas estando las mismas prohibidas, y quienes han circulado con permisos falsos, por nombrar sólo algunos ejemplos.
• Humildad: este valor es el que nos permite reconocernos en igualdad de condiciones con respecto a los demás, sin sentirnos ni creernos superiores a ellos. En cuanto a la pandemia, la humildad ha sido fundamental para evitar juzgar a los demás, o condenarlos por sus conductas y actitudes, cuando sabemos que nosotros podemos actuar de la misma forma en situaciones similares. Si bien es cierto que algunas personas han asumido una mayor responsabilidad social en cuanto a las medidas sanitarias, la realidad es que no todos contamos con los mismos recursos personales para hacer frente a los cambios que la pandemia impuso en nuestro modo de vivir. Para algunos de nosotros puede haber resultado sencillo, o por lo menos llevadero, evitar vernos con familiares y amigos durante la cuarentena estricta; sin embargo, para otras personas esto puede haber sido muy difícil, teniendo consecuencias negativas en su salud integral, especialmente en la salud mental. Lo mismo puede decirse en cuanto al uso de barbijo: algunas personas se han sentido realmente muy incómodas teniendo que estar muchas horas con el tapabocas puesto; en estas circunstancias, siempre se puede buscar una solución alternativa, como ser, la distancia social, o usar uno el tapabocas para que el otro pueda sentirse cómodo y que ambos estén seguros.
Por último, una actitud humilde fundamental ha sido el reconocimiento de que, por más que nos cuidemos, cualquiera de nosotros puede contraer la enfermedad, por lo que no podemos sentirnos superiores a los demás por el sólo hecho de cuidarnos. En relación a esto, en las redes sociales han circulado mensajes sobre el rechazo a donar plasma para las personas que no se cuidan, o iniciativas que proponen no conectar a respiradores a quienes han violado la cuarentena. Creo que no somos tan poderosos como para jugar de esa forma con la vida y la muerte de las personas, eso quedará en manos del sistema y los profesionales de la salud, que han brindado todo para que se cure y salve la mayor cantidad de personas posible. No nos olvidemos de que, en muchos casos, quien puede salvarnos es justamente un enfermo recuperado, ése a quien a lo mejor rechazamos.
• Integridad: la misma consiste en la coherencia entre el hacer y el ser. ¿Qué significa esto? Que lo que somos se refleje en nuestras actitudes y comportamientos, y que, a su vez, éstos nos den a conocer como personas ante los demás. Lo mismo puede decirse en cuanto a la relación entre lo que decimos y lo que hacemos: no basta con predicar buenas acciones, las mismas deben volverse carne en nosotros, sino son palabras vanas.
Vemos muestras de integridad en los profesionales de la salud que no se limitaron a cumplir con su trabajo, sino que predicaron con el ejemplo, encarnando en su vida personal las medidas de autocuidado recomendadas a la población. También en médicos y otros efectores de salud, jubilados o retirados, que decidieron volver a ofrecer sus servicios frente al colapso del sistema sanitario, o en aquellos que, siendo pacientes de riesgo, decidieron seguir trabajando, priorizando su vocación de ayuda y servicio. Otro ejemplo se observó en las organizaciones sociales, que no dejaron de estar presentes para colaborar con los más necesitados.
Por otra parte, vimos muestras de falta de integridad, como ser, algunos funcionarios públicos que predicaban el autocuidado, la distancia social y el aislamiento, pero, por otro lado, participaban en actos masivos y no usaban barbijo ni protección facial para evitar la propagación de la enfermedad. Otro ejemplo se observa en las personas que critican a quienes han violado las medidas de autocuidado, por ejemplo, al hacer reuniones sociales cuando éstas estaban prohibidas, pero, por otra parte, han asistido ellos mismos a este tipo de eventos.
Se observó cierta falta de integridad en algunos locales comerciales que reclamaron fervientemente las habilitaciones de sus actividades, asegurando que las mismas podían desarrollarse de forma segura. Sin embargo, algunos de ellos no respetaron las medidas impuestas por el municipio para las habilitaciones, lo cual llevó, en algunos casos, a su clausura.
Los vínculos durante la pandemia: entre la corporeidad y la virtualidad
Uno de los cambios más significativos que se produjeron a partir de la pandemia de COVID- 19 fue la primacía de la virtualidad en los vínculos humanos. Si bien la misma ya estaba instalada en nuestra vida cotidiana, la cuarentena hizo que se convirtiera, en muchos casos, en el modo privilegiado (sino el único) de comunicación y relación.
En pleno siglo XXI, no podemos negar las ventajas que la tecnología ha traído a la humanidad. La situación de pandemia que vivimos este año puso en evidencia que internet y otros medios de comunicación son herramientas fundamentales para la interacción social, ya que permiten tender puentes donde antes había distancia. Gracias a ellos, durante el período de confinamiento pudimos seguir en contacto con familiares y amigos, y con muchos de ellos (por ejemplo, con quienes no viven nuestra ciudad) continuamos hasta el día de hoy vinculándonos exclusivamente de este modo.
La tecnología también permitió que muchos procesos y actividades que no pudieron desarrollarse de forma presencial, tuvieran una continuidad a través de la virtualidad. Un ejemplo de esto ha sido la educación, la cual se desarrolló totalmente en la modalidad on line; lo mismo sucedió con muchos trabajos.
Más allá de estas ventajas de la virtualidad, que habrían sido impensadas décadas atrás, muchos sentimos que la conexión a través de internet ha dejado algunos vacíos, puntos ciegos en los que el vínculo no nos satisfizo del todo. Si bien una videollamada supera a las viejas llamadas telefónicas en posibilidades de contacto social, la ausencia de encuentro presencial o, en caso de haberse concretado éste, la falta de contacto corporal se ha hecho notar durante la pandemia.
Por más que nos hayamos cansado de escuchar que la distancia social no tiene por qué ser distancia afectiva, lo cierto es que para algunas personas la falta de contacto piel con piel ha sido vivida con mucha angustia, sintiendo fuertemente la necesidad de un abrazo o de la mera cercanía al cuerpo del otro.
Otro de los aspectos que se han visto afectados por la pandemia es la espontaneidad en la interacción. La necesidad de mantener distancia social, el uso de tapabocas y todas las medidas sanitarias impuestas por la cuarentena, restaron naturalidad a las relaciones interpersonales, muy caracterizadas, en nuestra cultura, por el contacto físico. En este contexto, la mirada, el tono de voz y la postura corporal adquirieron una importancia particular, convirtiéndose en los elementos corporales que permitieron la expresión personal y el intercambio social.
Todos estos cambios sufridos en los modos de vincularse han repercutido en nuestra afectividad, ya que la misma se expresa principalmente a través del encuentro corporal. Más allá de esta carencia, podemos decir que la pandemia nos llevó a pensar en nuevos modos de llegar al otro, creando estrategias para hacerle sentir aquello que habríamos querido expresar en un abrazo.
En definitiva, no se trata sólo de coincidir en un espacio y en un tiempo, sino de saber sentirnos cerca del otro, con actitudes, gestos, pequeñas acciones que le hagan saber (y nos hagan saber) que está en nuestros pensamientos y en nuestro corazón.
Hasta siempre 2020, bienvenido 2021
Hemos llegado al final del viaje… Ya comenzamos un nuevo año, cambio que suele ir acompañado de esperanzas por los días venideros, proyectos e ilusiones.
Este año ha sido, para muchos, difícil… Más allá de los dolores y disgustos, de los proyectos truncos y las ilusiones no cumplidas, creo que tenemos mucho que aprender del 2020.
Por más difícil que parezca adaptarse a situaciones imprevistas, hemos podido hacerlo… Obligados por las circunstancias, o gracias a un esfuerzo descomunal, hicimos frente a las adversidades, encontrando un camino para seguir, con redefiniciones y reconstrucciones…
Es lógico sentirse perdido en este fin de año, pensando qué nos deparará el 2021, qué circunstancias nuevas surgirán…Sé que muchos están esperando que vuelva la “vieja normalidad”, las antiguas condiciones de vida en las que los barbijos, la cuarentena y el distanciamiento social formaban parte sólo de alguna película… Lamento decirles que eso no será posible.
Citando al gran Pablo Neruda, les digo que “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos” … Por más que en unos meses nos quitemos definitivamente los barbijos, y guardemos el alcohol en el fondo del botiquín, los sucesos vividos durante el 2020 han calado hondo en nosotros… Y ¡qué bueno que así sea! No es posible atravesar la tormenta sin verse transformados por ella.
Los invito a encarar el año que comienza con la esperanza de que podemos hacer de éste un mundo mejor… Sin caer en palabras vacías, estoy convencida de que cada uno de nosotros, desde nuestro lugar, participamos en la construcción del mundo. De las actitudes que presentemos dependerá cómo sea ese mundo… Podemos construir un mundo hospitalario, inclusivo, en el que podamos convivir los unos con los otros… O, por el contrario, un mundo inhóspito, excluyente, violento, en que el sólo algunos quepan, y otros queden afuera…
Les propongo que intentemos acercarnos a la primera idea de mundo… Que nos sirva como utopía, la cual, como dice el gran Eduardo Galeano (1993), sirve “para caminar”… Y sabemos que en este recorrido no estamos solos, nos tenemos los unos a los otros, lo cual ya es muchísimo.
Bibliografía:
Galeano, Eduardo (1993). Ventana sobre la utopía. En Las palabras andantes.
Organización Mundial de la Salud (24 de febrero de 2010). ¿Qué es una pandemia? Extraído de https://www.who.int/csr/disease/swineflu/frequently_asked_questions/pandemic/es/.
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