De narcisos y ríos...
La violencia suele ser a contracara del miedo... Es el temor a lo desconocido el que nos lleva a rechazar de plano aquello que muchas veces no alcanzamos a comprender.
Pienso que, quizás, lo que nos genera temor de las opiniones ajenas es cuestionarnos nuestras propias creencias, a las que nos aferramos porque las sentimos tan firmes y seguras.
La violencia se ha convertido en una forma cotidiana de relación, lo cual pone en evidencia nuestra incapacidad para vincularnos desde otro lugar con aquel que nos resulta desconocido o con quien no acordamos... Y no me refiero a la violencia física, ni verbal... Me refiero a la violencia simbólica que se esconde detrás de la descalificación a las creencias y pensamientos ajenos... Aquella que nos lleva a pensar (tal vez como forma de tranquilizarnos), que debe ser el otro el equivocado, porque uno tiene la razón y "sabe de qué habla"… O que nos hace tratar de “idiotas” o “tontos” quienes expresan ideas diferentes a aquellas con las que nos identificamos.
Sería bueno que, antes de descalificar o maltratar a otro, nos detengamos a mirar a la persona detrás de esa idea, esa postura o actitud que no nos "cierra" de ella... Que miremos su historia, su contexto, su particular modo de ser y estar en el mundo... Tal vez solo así, poniéndonos un segundo en sus zapatos, alcancemos a comprender que no es que esté equivocado... Es solo que mira con un lente diferente, el de su subjetividad, su historia y el lugar del mundo que le tocó, puede o quiere habitar.
Por último, les propongo que tratemos de no ser como Narciso, que de tanto admirar su propia imagen, terminó ahogándose... No nos ahoguemos en nuestras propias ideas, cerrándonos en lo que conocemos... Mejor seamos como el río, que va fluyendo a través de su cauce, enriqueciéndose con aquello que encuentra en su recorrido.
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