La violencia en los ámbitos educativos


En las últimas décadas, se ha producido un crecimiento notorio de las actitudes y episodios violentos en la sociedad en general, siendo los ámbitos educativos, y en particular las escuelas secundarias, uno de los escenarios en los que más se manifiestan.

En este breve artículo, me propongo reflexionar sobre algunas particularidades de esta problemática, que, por su frecuencia, está siendo naturalizada en nuestra sociedad, llamando cada vez menos la atención las noticias que reflejan episodios de violencia en ámbitos educativos. 

¿Qué entendemos por “violencia”?

Piera Aulagnier (citada en Carnero, 2001) define la violencia como “la acción mediante la cual se le impone al otro una elección, un pensamiento o una acción, motivados por el deseo del que lo impone sobre el que lo sufre y no la necesita, entendiendo por necesidad todos los factores o situaciones indispensables para desarrollar su vida psicológica y física, y mantener su umbral de autonomía” (párr. 7). 

Teniendo en cuenta esta definición, podemos pensar que en los ámbitos educativos se dan múltiples y diversas actitudes y episodios violentos, en los que participan los distintos actores institucionales, entre los cuales cabe mencionar a docentes, alumnos, personal no docente, padres y familiares.

Si pensamos la violencia como un acto de imposición, el mismo sistema escolar tradicional, con su gradación y sus contenidos estandarizados, ya es en sí mismo violento. Si bien éste responde a la intención de universalizar la educación, permitiendo el acceso de todos los estudiantes a la misma, a su vez desconoce las particulares necesidades de cada alumno, tratando a todos como salidos de un molde al que deben adaptarse para aprobar. Esto también se observa en cuanto al ritmo de aprendizaje, que es particular de cada persona, lo cual no siempre es respetado, excepto en las situaciones de alumnos integrados, que en general tienen adaptaciones curriculares. 

Esta estructura rígida no sólo afecta a los estudiantes, sino también a los docentes, quienes se ven obligados a cumplir con muchas exigencias y formalidades a partir de normativas delineadas por los organismos reguladores de su actividad (en nuestro caso, el Consejo General de Educación, el Ministerio de Educación en sus diversas jurisdicciones, entre otros). 

En los apartados siguientes, nos detendremos en algunas particularidades de la forma en que esta violencia se manifiesta en las relaciones que se traman en el contexto educativo. 

La violencia en la relación docente- estudiante

En muchas ocasiones, los episodios de violencia en los ámbitos educativos tienen como protagonistas a docentes y estudiantes, a causa de las diferencias en las visiones y puntos de vista sobre situaciones que transcurren en el escenario escolar. Estas desemejanzas derivan de los cambios sociales y culturales respecto a la imagen de ambos roles que se han dado a lo largo de la historia, así como a diferencias generacionales. 

En los últimos años, esta relación ha sufrido modificaciones, acortándose la distancia que tradicionalmente separaba a los docentes, puestos en un lugar de autoridad y saber, de los alumnos, a quienes, como se deduce de la etimología de esa palabra (a: sin, lumni: luz), se consideraba totalmente desprovistos de conocimientos, desde una concepción que podemos llamar bancaria, de acuerdo a la definición de Paulo Freire (1968, 2005), siendo tratados como meros depósitos del saber que era provisto por los docentes. En épocas pasadas, el docente era visto como una autoridad a la cual los alumnos debían respeto y obediencia, llegando en algunas ocasiones a inspirar temor en estos últimos. Su palabra, tanto para los alumnos como para sus familias, era sagrada, y debía cumplirse al pie de la letra, aún si el docente estaba equivocado; nadie se atrevía a cuestionar su parecer. 

En cuanto al castigo de los docentes hacia los alumnos, el mismo iba desde el franco maltrato físico (como ser, el uso del puntero con el que se golpeaban sus manos), a la violencia verbal y psicológica, incluyendo humillaciones, como las famosas “orejas de burro” o la silla en el rincón. 

Con el correr de los años, estas costumbres han sido abandonadas, debido a cambios en los paradigmas educativos que han afectado de forma sustancial la relación docente- estudiante. Se ha abandonado el modelo autoritario de educación encarnado en la figura del maestro, para dar paso a otro más democrático, en el que el punto de vista de los estudiantes comienza a ser tenido en cuenta. Este cambio, si bien resulta positivo al dar un papel activo a los estudiantes en el proceso de enseñanza- aprendizaje, ha desorientado a muchos docentes que se han formado desde un modelo verticalista de la educación, en el que el rol de la autoridad estaba muy marcado. 

En el otro extremo de este continuum que parte del autoritarismo, hallamos la actitud permisiva que suele observarse en algunos establecimientos escolares en este siglo. La misma se caracteriza por una laxitud en las normas institucionales, todas las cuales pasan a ser objeto de discusión por parte de directivos, docentes, estudiantes y familiares. Me detengo aquí para hacer una aclaración: considero que permitir el diálogo acerca de las reglas de convivencia dentro de la escuela es sumamente enriquecedor para todos los actores de la escena educativa. No obstante, es necesario que en algún momento puedan establecerse ciertos acuerdos acerca del comportamiento de cada uno de ellos, a fin de brindar un marco regulador a la vida escolar. Esto permite que todos sepan qué cosas están permitidas y cuáles prohibidas, así como aquello que se espera de cada actor institucional. 

En relación a esto, considero que la ausencia total de normas claras resulta un acto violento por omisión, ya que uno de los roles de la escuela, y del docente como parte fundamental de la misma, es colaborar en el proceso de socialización y educación de niños y adolescentes, siendo el miramiento por las normas uno de los aspectos más importantes de éste. 

Por otra parte, en los últimos años han crecido los hechos de violencia que tienen como víctimas a profesores y otros trabajadores de las instituciones escolares. Atrás parece haber quedado la época en la que los estudiantes manifestaban un respeto total hacia la figura del docente, actitud que era inculcada desde el propio hogar por parte de las familias. Ese respeto que hacía que su palabra fuera incuestionable, parece haber sido reemplazado en algunos casos por la crítica a cualquier decisión que los docentes tomen en relación a los estudiantes, incluso sobre los procesos de evaluación. Otra de las manifestaciones de este tipo de violencia es la falta total de consideración, por parte de los estudiantes, de las consignas e indicaciones del docente, notándose un incumplimiento de las tareas escolares, los trabajos prácticos y la preparación para las instancias evaluadoras. 

Aquí entran en juego los padres de los estudiantes, algunos de los cuales suelen avalar las actitudes de sus hijos, o como mínimo no muestran interés por el proceso escolar de ellos, dejándolos librados a su voluntad, aun cuando no están en condiciones de tomar ciertas decisiones por su falta de madurez. En algunos casos, son los padres u otros familiares quienes cuestionan ciertas decisiones de los docentes, defendiendo a sus hijos, sin tener en cuenta si las mismas son justas o injustas, y en ocasiones descalificando a los profesores como figuras de autoridad frente a los estudiantes. Cabe aclarar que, a veces, estas situaciones asumen un carácter violento, incluyendo insultos y agresiones físicas hacia los docentes. 

En muchos casos, la falta de respeto y la violencia que los estudiantes manifiestan hacia los maestros y profesores son un claro reflejo de la actitud que los padres de aquéllos presentan hacia estos últimos. No debemos olvidar que los niños y adolescentes incorporan muchas conductas y actitudes a partir de la observación de los adultos. De ahí la importancia de que los padres inculquen el respeto hacia los docentes más allá de estar de acuerdo o no con sus decisiones; en última instancia, siempre existe la posibilidad de tener un encuentro personal con el profesor, en el que poder plantear las dudas e inquietudes tanto de los padres como de los estudiantes. La descalificación del docente por parte de los padres u otros familiares no hace más que agravar la situación, y deja a niños y adolescentes desorientados y confundidos, sin saber a qué figura de referencia considerar en cuanto a su conducta escolar. 

La violencia en el proceso de enseñanza- aprendizaje

En primer lugar, nos detendremos en algunas características de este proceso que pueden considerarse violentas.

Considerando el concepto de educación bancaria propuesto por Paulo Freire (1968), encontramos un claro ejemplo de la misma en la famosa lección que solía emplearse a modo de evaluación escolar, la cual consistía en un mero repetir de los conocimientos que, pasivamente, se habían depositado en el alumno (utilizo aquí esta palabra a propósito), con el agregado de exposición que implicaba pararse frente al aula, bajo la mirada evaluadora del docente y sus compañeros. Esta situación se tornaba humillante si el alumno evaluado no sabía la lección, quedando en evidencia su ignorancia (en verdad, incapacidad de repetir los conocimientos memorizados) no sólo frente al docente, sino también delante de sus compañeros, que en muchos casos aprovechaban la ocasión para manifestar burla y descalificación hacia el examinado. 

Por otra parte, podemos considerar lo expresado por Vidanes Díez (2007), en cuanto a que la violencia ejercida por los docentes hacia los estudiantes también se pone de manifiesto cuando aquéllos no buscan renovar sus modelos de evaluación a fin de hacerlos más eficaces y adecuados, cuando sus asignaturas presentan contenidos obsoletos o fragmentados, cuando intentan imponer sus ideas personales a los estudiantes, etc. Otra de las formas que adopta este tipo de violencia es la falta de consideración, por parte de los docentes, por los puntos de vista e intereses de los estudiantes, evitando, por ejemplo, consultarlos acerca de los temas que les gustaría que se desarrollen en su materia, o preguntarles si han comprendido los contenidos desarrollados o si tienen alguna duda al respecto. Un caso extremo se observa en el profesor que directamente no desarrolla su clase, presentando repetidas inasistencias, o con una “presencia ausente”, es decir, estando en el aula, pero sin dar clases, sin proponer actividades a los alumnos o dejándolos trabajando solos, sin preocuparse por el proceso que los estudiantes desarrollan. 

No obstante, antes de responsabilizar a docentes y profesores, debemos tener en cuenta que la base del problema se encuentra en los institutos de formación docente, los cuales no apuntan a un perfil profesional de éstos como trabajadores de la educación, sino que se focalizan exclusivamente en el rol de enseñante, es decir, transmisor de contenidos. Esto deriva en una dificultad en la autopercepción de los docentes como sujetos activos de sus propias prácticas, limitándose muchos a reproducir los esquemas incorporados durante la formación, aquellos en los que ellos mismos participaron en su momento como estudiantes. 

Más allá de los modos en que la violencia se manifiesta en el proceso mismo de enseñanza- aprendizaje, cabe considerar los efectos observados en los estudiantes involucrados en episodios de violencia escolar.

En cuanto a aquéllos que presentan conductas violentas, la mayoría suele tener un bajo desempeño académico, a causa de la falta de desarrollo de sus habilidades cognitivas y de la motivación, frente a lo cual la deserción escolar suele ser una salida común. En algunos casos, la violencia aparece como una forma de canalizar la frustración producida por el fracaso escolar. El círculo se cierra cuando el estudiante, una vez abandonada la escuela, comienza a presentar conductas antisociales, incluyendo el delito. De ahí la importancia de mantener a niños y adolescentes vinculados con el entorno escolar, aunque este último a veces sólo intente llenar la carencia de contención social y afectiva que muchos de ellos sufren en el seno familiar. No debemos olvidar que, lamentablemente, para muchos estudiantes la escuela es el único ámbito de contención, siendo los docentes y otros referentes de la institución los adultos a quienes pueden recurrir en caso de necesitarlo.   

En relación a las víctimas de violencia escolar, se ha observado que recibir maltratos continuos disminuye su autoestima, afectando el modo en que encaran las actividades académicas. Además, los niños y adolescentes víctimas de bullying suelen descuidar los quehaceres escolares al estar pendientes de evitar el encuentro y los maltratos de sus agresores, por lo cual las dificultades académicas deben ser consideradas como una señal de alarma, sobre todo cuando aparecen de forma abrupta en estudiantes que generalmente presentan un buen rendimiento.

El bullying o acoso escolar

Una de las manifestaciones concretas de la violencia en este ámbito es el bullying o acoso escolar, el cual puede ser definido como “un abuso sistemático de poder” (Smith y Sharp, 1994, citados en Carozzo G., 2013, p. 14), que se da en el marco de una relación entre pares, en este caso, entre compañeros de escuela. 

El bullying se caracteriza por “una desigualdad de status y poder entre el agresor y la víctima, junto a una intención de causar daño a otro, de forma repetida y sistemática en el tiempo” (Rigby, 2005; Smith y Brain, 2000, citados en Carozzo G., 2013, p. 74). 

Históricamente, se naturalizaron y minimizaron las situaciones de acoso y abuso escolar, considerándolas “cosas de chicos”, que debían ser arregladas también “entre chicos”. Afortunadamente, hace algunas décadas se comenzó a problematizar estas cuestiones, al identificar los efectos sumamente negativos que el bullying tiene en sus víctimas y en el entorno escolar en general. 

Cabe mencionar que los espectadores (ocasionales y frecuentes) de las situaciones de bullying no son neutrales, sino que participan del proceso violento como cómplices, al no denunciar y/o intervenir en el mismo. En muchos casos, esta falta de participación se debe al temor hacia los acosadores, pensando que, si se entrometen, pueden ser ellos las próximas víctimas. 

Una de las modalidades en las que se manifiesta el bullying es el cyberbullying, entendiendo por tal el “acoso que se realiza a través de los medios electrónicos (internet/teléfono móvil) e incluye comportamientos como el hostigamiento a través de llamadas telefónicas/SMS/MMS, la creación de slambooks, acoso en juegos online, blogs, en Twitter, espacios sociales virtuales, con mensajes instantáneos y en chats” (Rivers, Chesney y Coyne, 2011, citados en Carozzo G., 2013, p. 14).

Esta forma de violencia escolar ha crecido mucho durante el confinamiento a causa de la pandemia por coronavirus, el cual, por un lado, ha disminuido las situaciones de violencia física y/o verbal, por la ausencia de contacto directo entre los estudiantes; no obstante, por otro lado, la necesidad de permanente conexión virtual ha hecho que aumenten las situaciones de cyberacoso o cyberbullying. 

Cabe considerar algunas diferencias entre ambas formas de manifestación del acoso escolar. Por un lado, el bullying tradicional implica que el o los agresores y la/s víctima/s compartan un espacio y un tiempo, generalmente en el contexto escolar o alrededores. Esto hace que la evitación del contacto sea una de las principales alternativas de las víctimas para limitar las situaciones de acoso; la misma se manifiesta en inasistencias reiteradas a clase, evitación de salir al patio durante los recreos, ocultamiento de la víctima a fin de no se hallado por sus agresores, rechazo a asistir a cumpleaños y otros eventos grupales, entre otras. De igual forma, el bullying, al tener lugar en un espacio público (la escuela o la calle), puede ser más fácilmente detectado por compañeros y adultos responsables, lo cual hace más probable que se intervenga frente a la situación. 

Por su parte, el cyberbuyllying tiene lugar en la virtualidad, es decir, no implica el encuentro personal entre el o los agresores y la/s víctima/s, materializándose a través de publicaciones y mensajes digitales, principalmente en las redes sociales y programas de mensajería instantánea. Esta característica hace que sea más difícil evitar las situaciones de acoso, si bien casi todas las redes y sitios virtuales permiten bloquear y denunciar usuarios, siendo ésta una de las soluciones a las que recurren con mayor frecuencia las víctimas. No obstante, la presencia de trolls en las redes, es decir, usuarios que se dedican “a publicar contenidos ofensivos o falaces en Internet, con la intención de generar un clima negativo en una comunidad virtual o de distorsionar la realidad” (https://definicion.de/, 2015, párr. 9), hace difícil la identificación de los agresores, quienes se ocultan detrás de perfiles falsos a fin de salir impunes.

Las situaciones de bullying son las más frecuentes entre las de violencia escolar, motivo por el cual cobra importancia la creación de espacios de reflexión crítica sobre los efectos negativos que las mismas tienen sobre todos sus participantes, especialmente sobre las víctimas, algunas de las cuales han llegado a autoagredirse como única salida frente al sufrimiento provocado por el acoso, y en casos extremos se han quitado la vida. 

No obstante, debemos tener en cuenta que el bullying no es sólo causa, sino también consecuencia de otros problemas, lo cual se observa especialmente en los agresores. Estos últimos muchas veces son a su vez víctimas de violencia en otros contextos, como ser, el familiar, en donde suelen naturalizarse las situaciones y relaciones violentas, siendo el niño o adolescente víctima, relación que luego reproduce en la escuela invirtiendo los roles, es decir, poniéndose él en el lugar de victimario o agresor. 

En conclusión, no se trata de encontrar culpables, o de rotular a ciertos alumnos como víctimas y a otros como agresores. Es necesario brindar un acompañamiento humano, desde nuestro lugar de adultos, ya sea como padres, abuelos, tíos, docentes, profesionales, directivos u ordenanzas, estar presentes para los estudiantes, para que sepan que cuentan con nosotros frente a una situación en la que ellos o sus pares sufran violencia. 

Violencia institucional y simbólica en el ámbito escolar

Otra de las formas en que se manifiesta la violencia dentro de las escuelas es aquella que se ejerce desde el mismo aparato institucional y organizacional, cuyas manifestaciones muchas veces pasan desapercibidas al ser solapadas bajo procedimientos y mecanismos legales propios del sistema educativo. 

Este tipo de violencia se basa, como todos los demás, en relaciones de poder, que en este caso se enmarcan en el sistema jerárquico que nuclea a todos los actores del escenario educativo. 

Algunos ejemplos de violencia institucional y simbólica en el ámbito escolar son los apercibimientos injustificados, las suspensiones y sanciones a docentes y otros trabajadores; la imposición de ciertas decisiones a los docentes por parte de los directivos, como ser, modificar notas (en algunos casos sin informar previamente al docente), aprobar estudiantes a los que los profesores han aplazado, falta de respaldo a los docentes en conflictos con estudiantes y familiares de éstos, entre otros. 

Otra de las manifestaciones de este tipo de violencia se observa en ciertos lineamientos impuestos por instituciones públicas que regulan la actividad escolar, como ser, el Consejo General de Educación. En general, se trata de circulares que afectan la tarea docente y de otros actores institucionales, los cuales no son consultados acerca de estas decisiones, pero deben acatarlas si no quieren ser sancionados. 

También son muestra de este tipo de violencia las acciones que limitan la participación gremial y sindical de los docentes, como ser, prohibir la asistencia a manifestaciones, paros o protestas, o el descuento de salario por días de paro. 

Otro ejemplo se observa en los abusos de poder de personal directivo hacia docentes y estudiantes, por ejemplo, castigar a alumnos con problemas de conducta prohibiéndoles que asistan al comedor escolar.

Violencia en el ámbito universitario

En este contexto, podría esperarse que las relaciones entre los diferentes actores institucionales fueran más cordiales, al tratarse de un ámbito en el que prima la formación profesional y, por tanto, se fomenta la reflexión crítica sobre la realidad.

Desafortunadamente, esto no es así. En diversas casas de estudio, tanto públicas como privadas, se han dado episodios violentos, basados principalmente en las relaciones de poder que se establecen entre profesores y alumnos, observándose un abuso de los primeros sobre los segundos. 

Montesinos y Carrillo (2012, citados en Tlalolin Morales, 2017) afirman que “este tipo de violencia es una forma habitual de intercambio social en las universidades, porque al manifestarse sutilmente en la interacción cotidiana (gritos, chantajes, amenazas, humillaciones, etcétera), éstas pasan desapercibidas por los actores universitarios. Por ello, el carácter simbólico de estas manifestaciones dificulta que las conductas sean identificadas, ya que, al no dejar marcas visibles, resulta difícil evidenciar el daño; por tal razón, pocas veces se denuncian y son sancionadas” (p. 41).

Las actitudes violentas en este contexto van desde gritos de profesores hacia estudiantes durante las clases e instancias de evaluación, pasando por descalificaciones, así como abusos de poder en las mesas de examen. Entre algunos ejemplos de estos últimos, se incluyen la extensión excesiva de los exámenes finales, para finalmente desaprobar al examinado, a pesar de que éste ha demostrado un conocimiento general de la materia; demoras notorias en la comunicación de la nota de un final, por falta de acuerdo entre los integrantes del tribunal evaluador acerca de la nota; reprobaciones de exámenes a causa de una diferencia de preferencias teóricas entre el estudiante y el o los profesores; aplazo a estudiantes por no responder una sola pregunta del examen, o por no saber un solo concepto, cuando pudieron contestar el resto adecuadamente; discusiones entre los docentes integrantes del tribunal evaluador acerca del examen final delante del estudiante; finales a cargo de un solo profesor, o cerrados al público, dejando al examinado sin testigos frente a posibles irregularidades en la mesa de examen; burlas a estudiantes por haber recursado y/o rendido varias veces una materia, entre otros. 

Por otra parte, algunos docentes presentan actitudes discriminatorias hacia estudiantes a causa de diferencias ideológicas. Ejemplos de éstas son los siguientes: no permitir la participación en clase a ciertos estudiantes con los que el docente no coincide en su pensamiento; desaprobar trabajos prácticos por no acordar ideológicamente con lo planteado en ellos, a pesar de ser adecuados a nivel formal; obligar a los estudiantes a comprar material de estudio escrito por el profesor de la cátedra; gritar a estudiantes por realizar preguntas o comentarios que el docente no aprueba, a pesar de ser respetuosos; descalificaciones a los estudiantes por intervenciones que hacen en las clases, tratándolos de “burros” o “vagos”; discriminación y maltrato a estudiantes recursantes de materias (no sólo de parte del profesorado, sino también de los mismos compañeros de curso, lo cual a veces se materializa en una separación física de los recursantes del resto del grupo dentro de las aulas); reacciones violentas hacia estudiantes como forma de represalia por actitudes de éstos, como ser, sacarle apuntes o echarlos del aula, etc. Por otra parte, también se dan situaciones de discriminación por género, como acoso de ciertos profesores hombres hacia estudiantes mujeres o, por el contrario, preferencia hacia alumnas mujeres, con actitudes seductoras; también ha habido situaciones de homofobia y transfobia, así como discriminación a estudiantes extranjeros.

En algunos casos, los profesores que presentan actitudes violentas han amenazado a los estudiantes que piensan denunciarlos con no aprobar nunca su asignatura, o incluso no recibirse. Esto ha llevado a algunos estudiantes a rendir muchísimas veces cierta asignatura a cargo de los mismos docentes, quienes una y otra vez los desaprueban a pesar de que el rendimiento del examinado es aceptable; para ello, ponen excusas como falta de precisión en ciertas palabras, falta de respuesta a una sola pregunta puntual, o incluso no haber estudiado temas o autores que no formaban parte del programa de la materia. 

Por otra parte, algunos estudiantes y profesores han vivido situaciones violentas en las relaciones con el personal administrativo de las universidades, algunos de cuyos miembros  han infligido agresión verbal (gritos, insultos, denigraciones), cuestionamiento a la capacidad de los estudiantes, difamación de estos últimos con los profesores, llegando en algunos casos a maltrato físico. Otras manifestaciones de esta violencia son trámites que no se concretan porque el personal administrativo no los continúa, o pérdida de documentación de los estudiantes. Esto ha ocurrido especialmente con estudiantes que presentan situaciones académicas particulares, como ser, recursado de materias, cambios de planes de estudio, etc., motivos éstos que los obligan a acercarse a la facultad en numerosas ocasiones. En algunos casos, estos estudiantes han sentido rechazo de parte del personal administrativo, algunos de cuyos miembros se han negado o han buscado excusas para no recibir sus consultas.  

Estas situaciones de violencia suelen tener consecuencias graves en las carreras de los estudiantes, algunos de los cuales han llegado a abandonarlas o suspenderlas durante años a causa de los sentimientos de frustración despertados por estas experiencias. En algunos casos, los estudiantes víctimas de violencia han presentado sintomatología psiquiátrica como consecuencia de estas situaciones, necesitando iniciar tratamientos psicológicos para superarlas. No debemos olvidar que la universidad no sólo forma a nivel académico, sino también humano, por lo cual el trato entre profesores y estudiantes no es algo menor. 

Por último, cabe aclarar que investigué acerca de situaciones violentas que tengan como víctimas a profesores universitarios, sin haber hallado material teórico que me permita desarrollar un apartado sobre esta temática, lo cual no significa que no tengan lugar. No obstante, considero arriesgado e irresponsable aventurarme a escribir acerca de una cuestión sin suficiente sustento teórico. 

La prevención: clave en la erradicación de la violencia

Frente al panorama que acabamos de describir, cabe preguntarnos qué estrategias arrojarían algo de esperanza a la situación vivida en los ámbitos educativos en cuanto a la violencia. Aquí debemos destacar el papel fundamental que ocupa la prevención, ya que no hay mejor solución que evitar las situaciones conflictivas, cuando esto sea posible. 

Entre las estrategias de prevención de la violencia, la principal es el desarrollo de modos pacíficos de resolución de conflictos. En relación a esto, debemos tener en cuenta que muchas situaciones de violencia se derivan de la falta de herramientas, en docentes, estudiantes, directivos y familiares, para enfrentar de forma pacífica las situaciones conflictivas que surgen en el ámbito escolar y universitario, frente a lo cual la violencia termina siendo la única alternativa, siempre insatisfactoria. 

A continuación, propongo algunas pautas que pueden tenerse en cuenta para la prevención de las situaciones violentas:

Habilitar el diálogo: muchas situaciones violentas son modos (inadecuados) de comunicar pensamientos y sentimientos de sus protagonistas, por lo cual es fundamental propiciar espacios de diálogo que permitan a estos últimos expresar aquello que les sucede, para evitar que la violencia sea una forma de pasaje al acto frente a situaciones conflictivas.

Respetar al otro: todas las personas merecen ser respetadas por su dignidad, independientemente del cargo que ocupen, o de la relación que se establezca entre ellas. 

Roles claros: es fundamental que cada participante de la escena escolar y universitaria sepa cuál es su rol en la misma, qué se espera de él y qué no debe hacer. Esto ayudará a evitar confusiones y malos entendidos que puedan derivar en situaciones conflictivas y violentas. 

Normas y reglas explícitas: para lograr el cumplimiento de las normas, lo ideal es que las mismas sean claras para todos, por lo que ponerlas por escrito y a la vista suele ser una buena estrategia para favorecer su cumplimiento, evitando que el mismo quede supeditado a la exclusiva voluntad de cada uno.

Favorecer la participación activa: tanto los docentes, como los estudiantes y familiares pueden colaborar en el mantenimiento de relaciones saludables en el entorno escolar, lo cual también favorecerá el cumplimiento de las pautas acordadas, al sentirse partícipes activos en este contexto. Por supuesto, dicha participación estará condicionada por el rol de cada uno (no tendrá la misma injerencia la opinión de un estudiante que la de un docente, por ejemplo, según el tema que esté en debate). 

Conclusiones

Vivimos en una sociedad y una cultura en las que priman las relaciones violentas en todos los ámbitos y de diferentes tipos. El contexto educativo, en sus diversos niveles, no es ajeno a esta situación, ya que refleja (y en muchos casos gesta) el tipo de intercambios que se observan a nivel social. 

Tanto la escuela como la universidad son instituciones que cumplen un rol fundamental en cuanto a la formación de las personas como partícipes activos y responsables de la sociedad. Por este motivo, lo que ocurre en ellas no puede sernos indiferente. 

Todos los actores del ámbito educativo asumen un rol muy importante en el proceso de formación de los estudiantes, como personas y como ciudadanos maduros y responsables. Resulta, entonces, urgente que se erradique cualquier forma de violencia en dichos contextos, ya que la misma es contraria a su misión.

Para esto, cada participante del proceso educativo debe aportar su granito de arena desde su lugar, priorizando el respeto que toda persona merece, independientemente del rol desde el cual participe. Las relaciones jerárquicas deben servir para organizar la vida cotidiana en cada uno de los niveles educativos; esto implica que se debe respetar este orden, pero sin abusos de poder, ni ausencia total de normas. Como siempre, el justo medio, tan difícil de lograr a veces, es el que nos permitirá convivir de forma pacífica, acompañando adecuadamente el proceso educativo. 

El logro de una educación pacífica y constructiva no es exclusiva responsabilidad de una sola parte… Depende de cada participante de la misma… De mí como estudiante, de vos como profesor o familiar… en fin, de todos… ¿Contamos con tu apoyo? Ojalá así sea… 

Bibliografía

Carnero, O. (2001). La violencia en la escuela. Contexto educativo. Revista Digital de Educación y Nuevas Tecnologías, V, 25. Obtenido de https://psicolog.org/ao-v-nmero-25-la-violencia-en-la-escuela.html?page=2.

Carozzo G., J. C. (Comp). (2013) Bullying. Opiniones reunidas. Observatorio sobre la Violencia y Convivencia en la Escuela: Lima. Perú. Extraído de https://es.calameo.com/read/0035904623963ca085ef9.

Freire, Paulo (2005). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores S. A.: Buenos Aires, Argentina. 

Merino, M. y Pérez Porto, J. (2015). Definición de troll. Consultado de https://definicion.de/troll/.

Tlalolin Morales, B. F. (2017). ¿Violencia o violencias en la universidad pública? Una aproximación desde una perspectiva sistémica. El cotidiano, 206, 39-50. Obtenido de https://www.redalyc.org/pdf/325/32553518005.pdf.

Vidanes Díez, J. (2007). La educación para la paz y la no violencia. Revista Iberoamericana de Educación, 42, 2. Extraído de https://rieoei.org/RIE/article/view/2424.


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