Reflexiones sobre ideología de la normalidad y discapacidad
Actualmente, muchos profesionales de la salud y de la educación conviven y desarrollan su actividad laboral con personas consideradas “discapacitadas”. Con estas últimas nos referimos a aquéllas a quienes se ha atribuido un déficit (entendiendo por tal una falta o un funcionamiento por debajo del “normal” esperado), categorizado a través de un diagnóstico, y que son construidas socialmente como discapacitadas. Utilizamos aquí el participio “discapacitado” para referirnos a aquellas personas que emergen como tales en un entorno pensado por y para aquellos cuyo modo de funcionamiento entra dentro de los parámetros considerados “normales”. De aquí que se hable de la construcción social de la discapacidad.
Nos basamos en la idea de Normalidad propuesta por Indiana
Vallejos (Angelino, 2009), quien la define como “un concepto potente en el establecimiento de demarcaciones entre lo
Mismo y lo Otro, y que incluye bajo la denominación de anormales a grupos cada
vez más numerosos de los que pueden ser agrupados como ‘el resto’, de lo que no
somos nosotros” (p. 95).
Por otra parte, consideramos la discapacidad como “una producción social, inscripta en los
modos de producción y reproducción de una sociedad. Ello supone una ruptura con
la idea de déficit, su pretendida causalidad biológica y consiguiente carácter
natural, a la vez que posibilita entender que su significado es fruto de una
disputa o de un consenso, que se trata de una invención, de una ficción y no de
algo dado” (Angelino, 2009, p. 51).
Teniendo en cuenta
la definición antes citada, y considerando que parte de estos modos de
producción y reproducción están directamente relacionados con el campo de la
rehabilitación del que participan muchos profesionales de la salud, considero
fundamental que los estudiantes y profesionales del área se cuestionen, aún
antes de iniciar su labor, el modo en que pretenden formar parte de este campo,
siendo conscientes de las condiciones materiales y económicas que lo
atraviesan, y del hecho de que las personas discapacitadas son la llave maestra
que permite activar el complejo engranaje de la rehabilitación.
Una misma
realidad, diversas denominaciones
Quisiera detenerme aquí para reflexionar sobre esta
denominación, y tensionar la misma con otras expresiones empleadas para
referirse a las personas portadoras de un “déficit”.
Hemos mencionado,
hasta el momento, tres denominaciones distintas:
- Personas con discapacidad: aquí, la
persona es quien “posee” la discapacidad. Este enfoque va de la mano de pensar
el propio cuerpo y sus características como una posesión, como un bien, y como
tal se asocia al concepto de propiedad privada, representativo de la visión
moderna y capitalista del mundo.
Además,
desde esta perspectiva, la discapacidad pasa a residir en la persona, quien, a
partir de algunas de sus características físicas, psiquícas o sociales, que la
diferencian de la población “normal”, es excluida del sistema de producción
capitalista. Esto no es de extrañar, teniendo en cuenta que este último
enfatiza la propiedad privada por sobre lo social.
- Personas con diversidad funcional: aquí
aparece la idea de “diversidad”, definida como “variedad, desemejanza, diferencia” (www.dle.rae.es, 2016).
En
relación al término diversidad, se trata de un eufemismo, ya que la misma se
vuelve a atribuir a las personas. Vuelven a ser éstas las portadoras de la
“diversidad funcional”, marcando de esta manera un contraste (en términos
“positivos”) con las personas consideradas no diversas, es decir, normales.
Respecto de esta cuestión, coincido con lo planteado por María Alfonsina
Angelino (2007), en cuanto a que este cambio de términos (en este caso,
discapacidad por diversidad) “no implica
una modificación sustancial, sino más bien una nueva retórica que, buscando
escapar de lo peyorativo, cae en la exclusión por la negación” (p. 45).
En lo que respecta
al concepto de autonomía, la Red por los Derechos de las Personas con
Discapacidad (REDI, 2013) afirma que “la
autonomía tiene una doble dimensión: moral y como derecho. La autonomía moral
es la que nos permite vivir de acuerdo con las reglas que deseamos darnos a
nosotros mismos, es decir vivir de acuerdo a nuestros propios deseos e
intereses. (…) La autonomía como derecho es el remedio o tutela efectiva de
poder vivir de manera independiente sin que esa circunstancia afecte nuestra
autonomía moral” (p. 41).
- Personas discapacitadas: esta denominación
pertenece al enfoque que considera la Discapacidad como una producción social,
y refiere a una acción realizada por otro (de ahí el uso del participio),
entendiendo a ese otro como el contexto social e institucional en el que la
persona se desarrolla.
En
esta línea de pensamiento, Angelino (2007, en Rosatto & Angelino, 2009)
define a “la discapacidad como una forma
particular de ‘construir’ al otro distinto al nosotros en términos de
desigualdad. Esta perspectiva de la desigualdad implica centrar el análisis en
las relaciones entre normales y anormales, sin que importe la ‘medida’ de la
anormalidad. Esto implica considerar las condiciones de desigualdad que dan
origen al proceso de alterización y se refuerzan como su producto” (p. 52).
La
expresión “personas discapacitadas” es la única que deja traslucir la situación
de opresión en la que se encuentran aquellos a quienes se atribuye un déficit,
entendiendo por tal algo que “falta,
respecto de un modelo, de una imagen de completud, de un deber ser. (…) Ese
modelo, ese orden completo, esa imagen, es la del cuerpo normal, del cuerpo
productivo, cuerpo producido como productivo” (Kipen, 2012, s/n).
En consonancia con
esta visión de la discapacidad como una construcción social, Peirano afirma que
“creamos discapacitados para reafirmar nuestras propias normalidades”.
No obstante, la
necesidad de reafirmar nuestras propias normalidades no es la única que subyace
a la creación de discapacitados. La REDI (2013) postula que, frente a la
imposibilidad de llevar adelante un “mecanismo
sistemático de eliminación y exterminio de las personas con discapacidad”,
se debió buscar, para ellas, “otro tipo
de ‘respuestas’, pasando a ser un objeto de asistencia” (p. 35).
Diversos
modelos para comprender la discapacidad
La ciencia
antropológica nos aporta tres modelos desde los cuales podemos comprender la
problemática de la discapacidad. Los analizamos a continuación, siguiendo los
lineamientos teóricos de Arribas, Boivin y Rosato (2004).
- Modelo de construcción del otro por la
diferencia: el mismo considera esta diferencia como de “grado”, tomándolo como
una medida. Teniendo en cuenta esto, podemos pensar, desde esta perspectiva,
que la persona considerada discapacitada se encuentra en un “grado inferior” en
relación al parámetro de normalidad, debido a la portación de un déficit. Se
entiende aquí la diferencia como resta, es decir, como aquello que le falta a
la “persona con discapacidad” en relación al modelo de normalidad. De aquí se
derivan expresiones tales como “hipoacúsico” (con menor capacidad auditiva),
“no vidente” (sin visión), “inválido” (sin capacidad). Desde este modelo, se
entiende, por ejemplo, la medición de la discapacidad en grados, tal como se
realiza al momento de emitir el Certificado Único de Discapacidad o de
determinar la incapacidad laboral de una persona, restando aquellas capacidades
o funciones que la persona no presenta, de acuerdo a parámetros estandarizados
de evaluación. Cabe aclarar que estos grados se expresan en términos
porcentuales, como si se tratara de mediciones matemáticas exactas, representando
el 100% la totalidad de la capacidad, y de allí se va restando de acuerdo a las
capacidades “ausentes” en la persona. Este modelo se relaciona con la idea de
déficit mencionada anteriormente.
Una de las teorías que se basan en
este modelo es el evolucionismo, desde el cual también podemos reflexionar
acerca de la construcción del otro discapacitado, en muchos casos tratado como
un ser inferior evolutivamente hablando, como un “eterno niño”, despojándolo de
su autonomía y capacidad de decisión sobre su propia vida. Hay quienes incluyo
han llegado a comparar al discapacitado con los animales, debido a un supuesto
desarrollo evolutivo inferior, despojándolos de su condición de seres humanos o
personas (de ahí que la Convención de los Derechos de las Personas con
Discapacidad enfatice el término “personas”). Estas actitudes se observan en la
vida cotidiana, y también a nivel institucional, por ejemplo, en la imposición
de un tutor que administre los bienes de la persona discapacitada, o al no
consultar a esta última por las actividades terapéuticas que desea realizar,
incluso cuando se halla en condiciones óptimas para tomar decisiones por y para
sí misma.
- Modelo de construcción del otro por la
diversidad: Arribas, Boivin y Rosato (2004) definen la diversidad como
“variedad, abundancia de cosas distintas” (p. 55). Los autores afirman que, desde este modelo, el
viaje al “otro” implica el desplazamiento y la inserción en el “mundo ajeno”,
expresión – esta última – que reafirma “la permanencia de la dualidad del
universo humano en una relación Nosotros- Otros (lo propio y la impropio)” (p.
55).
Pensando en la forma en que este
modelo se expresa en las actitudes en torno a la discapacidad, encontramos
múltiples ejemplos. Uno de ellos se observa en el plano educativo, en donde son
comunes las expresiones “inclusión” e “integración”, en relación a la
incorporación de personas con diagnóstico de discapacidad en la escolaridad
común. Aquí, si bien desde el sistema educativo se aboga por la inclusión de
estos alumnos en igualdad de condiciones respecto de sus pares, la realidad
demuestra que esto no siempre es así. En primer lugar, los alumnos “integrados”
en escuelas comunes siempre son tratados de forma diferente al resto de los
estudiantes, su diagnóstico funciona como una “etiqueta” que los marca como
distintos a los demás. De hecho, suele denominárseles como “con capacidad
diferentes” o “con necesidades educativas especiales”. Además, hay equipos de
educación que hacen un seguimiento de los procesos de integración, lo cual no
ocurre con el resto de los alumnos. Por otra parte, en algunos casos
(especialmente en escuelas secundarias), estos procesos no se complementan con
un acompañamiento a los docentes que están a cargo de los cursos a los que asisten
estos alumnos, quedando aquéllos desprovistos de recursos adecuados para
desarrollar el proceso de integración, resultando, en definitiva, una
pseudointegración políticamente correcta pero insuficiente, ya que no siempre
se satisfacen las reales necesidades educativas de dichos alumnos (lo cual no
sólo ocurre con aquellos a quienes se les ha adjudicado un diagnóstico de
patología, sino también con muchos otros, por diversos motivos que no vienen al
caso).
De igual forma, en algunas
ocasiones se realizan acciones con una intención inclusiva, no obstante, las
mismas, paradójicamente, no tienen en cuenta a aquellos a quienes pretenden
incluir. Un ejemplo de esto lo constituyen los actos escolares que incluyen
canciones en Lengua de Señas presentadas por alumnos de escuelas comunes, a la
manera de un espectáculo realizado por y para oyentes en la mayoría de los
casos, ya que a dichas presentaciones no suele invitarse a personas Sordas
hablantes de dicha lengua. Demás está decir que en general estas presentaciones
no se realizan respetando la gramática propia de la Lengua de Señas Argentina
que habla la comunidad Sorda de nuestro país, por lo cual la misma queda
desdibujada. Vale la pena recordar aquí el lema de la Convención Internacional
de los Derechos de las Personas con Discapacidad: “Nada sobre nosotros sin
nosotros”. En este ejemplo, los oyentes aparecen como extranjeros que se
intrusan en un mundo que no conocen (la comunidad Sorda), y al que tampoco
incluyen en el propio.
Por último, cabe mencionar que la
noción de diversidad para pensar la discapacidad oculta las desigualdades que
sufren las personas discapacitadas, en relación a las posibilidades de
desarrollo en diversos ámbitos de la vida cotidiana, las cuales analizamos en
el siguiente punto.
- Modelo de construcción del otro por la
desigualdad: el mismo considera el proceso de descolonización, partiendo de una
situación total de dominación que desposeyó de sus bienes a los grupos
dominados, en este caso, a las personas discapacitadas. Este proceso tiene
raíces históricas antiquísimas: desde tiempos inmemoriales, a las personas
consideradas portadoras de un déficit se las despojó de todos sus derechos y
bienes, empezando por la vida misma (no olvidemos que muchos niños eran
asesinados o descartados al nacer por no considerarlos “normales” a causa de su
aspecto físico). Por otra parte, los sistemas de tutelaje han hecho que las
personas discapacitadas no puedan ejercer sus derechos como ciudadanos en
igualdad de condiciones al resto de la sociedad de personas “sanas”, siendo en
muchos casos sus bienes administrados por otros según la conveniencia de sus
tutores y sin recibir ninguna consulta de su parte.
Esta reflexión nos
remite a la lógica capitalista, desde la cual se entiende a la producción
social de la discapacidad como “un conjunto de actividades específicamente
orientadas hacia la producción de una mercancía – la discapacidad –, sostenida
por una gama de acciones políticas que crean condiciones que permiten que estas
actividades productivas se lleven a cabo y amparada en un discurso subyacente
que le da legitimidad a toda la empresa” (Angeltino, 2007, en Rosatto &
Angelino, 2009), p. 50).
De igual forma, la
teoría marxista distingue dos tipos de hombres: aquellos que son propietarios
de los medios de producción, y aquellos que no lo son. En el caso de la
discapacidad, el primer grupo está representado por la industria de la
discapacidad, considerada esta última como mercancía. Entre las actividades
orientadas en este sentido, se destacan:
* La industria ortopédica, que ofrece al
mercado cada vez más y más especializados artefactos destinados a “mejorar la
calidad de vida” de aquellos que, por no poseer un cuerpo “normal”, deben usar
aparatos y accesorios que les permitan prevenir o corregir de forma mecánica o quirúrgica
las deformaciones o desviaciones.
* Los profesionales de la salud que trabajan
para obras
sociales, las cuales, a partir de la aplicación de la Ley de Sistema de Prestaciones Básicas en Habilitación y Rehabilitación
Integral a Favor de las Personas con Discapacidad, nº
24.901, se ven obligadas a cubrir todas las prestaciones de servicios de salud
que necesite la “persona con discapacidad”, no obstante, en algunos casos, ésta
debe recurrir a la justicia a fin de acceder a estos tratamientos.
Respecto de los profesionales de la
salud, cabe mencionar que en muchas oportunidades suelen sostener
“oficialmente” estos tratamientos, aún a sabiendas de que la persona
discapacitada no los necesita, no participa de los mismos voluntariamente e
incluso en ocasiones ni siquiera hace uso de esos servicios de salud.
* Los centros de rehabilitación,
centros de día, centros educativos terapéuticos y otras instituciones
similares, que ofrecen un sistema de atención cerrado, similar a un proceso
industrial por la división del trabajo que implican, incluyendo especialistas
tales como médicos, psicólogos, psicopedagogos, kinesiólogos, terapistas
ocupacionales, cada uno de los cuales se focaliza en diversos aspectos de la
persona portadora de un “déficit”, la cual muchas veces vuelve a ser discapacitada
por estas organizaciones y profesionales, al poner en cuestión su autonomía. En
algunos casos, este sistema de tratamiento se desarrolla a la manera de una
“línea de ensamblaje”, pasando el paciente por diferentes “sectores de
producción” (diferentes terapias), a lo largo de los cuales se va construyendo
esa persona discapacitada.
De
esta forma, la persona discapacitada, improductiva en términos capitalistas,
vuelve a ser funcional al sistema insertándose como una pieza clave que pone en
movimiento el aparato de la rehabilitación. Como afirma María Eugenia Almeida
(2007, en Almeida & Angelino, 2012), “todo
ello implica movimientos dinámicos en términos de economía, una división del
trabajo, nuevas herramientas de trabajo, nuevas tecnologías para satisfacer las
necesidades que de estas intervenciones surgen” (p. 221).
Bibliografía:
- ANGELINO, M. A. – ALMEIDA, M. E. comp. (2012) Debates y perspectivas en torno a la discapacidad en América Latina. E. books. Disponible en http://biblioteca.fts.uner.edu.ar/novedades/libros/00-Libro_Debates_Aca_Latina.pdf.
- ARRIBAS, V., BOIVIN, M. & ROSATO, A. (2004). Constructores de Otredad. Una introducción a la Antropología Social y Cultural. Ed. Antropofagia: Buenos Aires. Disponible en https://es.slideshare.net/arianela/constructores-de-otredad.
- Página Web de la Real Academia Española. Disponible en http://www.rae.es/.
- REDI (2013). El derecho a la autonomía de las personas con discapacidad como instrumento para la participación social. Cap. “El modelo social de la Discapacidad”, tercera parte.
- Rosato A. & Angelino M. A. (coord.) (2009). Discapacidad e ideología de la normalidad. Desnaturalizar el déficit. Editorial NOVEDUC: Bs As.
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